“Alusiones al sí mismo desde la diáspora visual”




Texto por Diego Luna

En muchas ocasiones a lo largo de la historia, cuando palabra y número han tornado insuficientes, nos hemos visto abocados a volver a la imagen. Por una parte, “la vista –recuerda Berger– llega antes que las palabras” hasta el punto de que la vida, de hecho, es en gran parte estética porque hay imagen, ese elemento capaz de ampliar nuestro mundo como ningún otro gracias a nuestra imaginación, aunque a veces también lo coarte. Por otra, tomar la experiencia estética como finalidad en sí misma –en el sentido de “intensificación vital” que asume Dewey–, resulta ser un planteamiento ciertamente epicúreo, pero enormemente válido para muchos. En cualquier caso –y en esto será mayor el acuerdo–, hoy día, desde el llamado “giro lingüístico”, la realidad más amplia posible no debiera ser otra que el propio ámbito inefable de la vida humana: el de la potencia y la acción, aquel donde no todo se reduce a la contradicción entre lo falso y lo verdadero, donde no hay lugar para la mera dicotomía científica sino sobre todo imagen, tiempo y, por tanto, experiencia más acá de fútiles trascendentalismos. Un panorama antagónico al positivismo científico occidental que ya fue intuido por Duchamp en el terreno creativo –recordemos, bajo la influencia de Henri Bergson y un puñado de grandes poetas– hace exactamente un siglo.
Aquí reside un nuevo sentido del ser basado en el diálogo constante con los otros y en lo que podríamos denominar el “encuentro sinérgico”. Una nueva ontología, la del sí mismo interconectado y en continuo cambio, sobre la que la obra de Mª José Cosano (Córdoba, 1978) parece llamar la atención. Para empezar, la autora recurre a una singular poética basada en un tipo de lenguaje que domina a la perfección: el de la optometría, la ciencia que estudia el sistema visual en su conjunto, incluyendo sus alteraciones no patológicas y los tratamientos óptico y optométricos, así como las normas de salud e higiene visual. Si tomamos esto como punto de partida, inmersos como estamos en una época de gran “densificación iconográfica” –siguiendo a J. A. Ramírez–, el trabajo de Cosano interesa, en primer lugar, por tratar la antesala de la imagen, por volver a un punto original de reflexión sobre la mirada desde el concepto y el objeto de la ciencia óptica, esto es, todo aquello que paradójicamente, según se ha estipulado, nos sirve para ver. Una apropiación –la de dicho saber científico– que jamás va pareja a un arte simbólico, ni mucho menos descriptivo, sino que, al contrario de lo que ocurría en el Renacimiento, es el fruto de una superación de ambos. Se trata, en último término, de una posición alternativa –y quizás por ello más rica y amplia que la de nuestro tradicional pensamiento crítico– desde la que reflexionar sobre el modo en que miramos.
Una vez planteado todo esto, tomar la “óptica” de Cosano como modelo de conocimiento integral, tras ser llevada al inconmensurable terreno del arte, termina por derivar en un digno intento de relativizar la lógica, la geometría o la física, superando por completo el artificial e ineficaz grado de correspondencia entre estos campos y la realidad que nos rodea y alberga. A ello debemos sumarle el hecho de que este trabajo sea creación sin obsesiones personales ni sentimientos a flor de piel; de esos, podríamos decir, ya estamos bien servidos: se trata ante todo de una apuesta abierta por las más frías auras benjaminianas. Cosano, siguiendo la línea de tantos otros, propone una forma alternativa de afrontar la realidad basada en su caso, no solo en la desconstrucción de los postulados de la óptica, sino también –y quizás como consecuencia de lo primero– en una suerte de “conciencia de suspensión", tanto por parte del artista como del espectador, frente a la realidad misma.
Sin embargo, a esta especie de “existencialismo impersonal” se le suman muchos otros factores. Por un lado, la autora, en tanto que deudora del legado artístico conceptual, se limita a reflexionar sobre los objetos ya existentes tal y como defendiera Huebler en su momento. Un desinterés por la fisicidad objetual –y en concreto, por la elaboración manual de artefactos– que hallamos explícitamente en obras como, por ejemplo, Status Quo, donde se reproduce un fragmento cualquiera de todos los que habitualmente pasan desapercibidos ante nuestros ojos al pasar las páginas de un periódico; o en otras como Graph, en la que el texto, de nuevo elegido azarosamente, es superpuesto a una fotografía que multiplica su grado de descontextualización. En cualquier caso, lo que aquí debemos tener claro es que recodificar el proceso de visión conlleva a su vez recodificar las percepciones, y a este respecto, como se refleja en la obra de autores como On Kawara, el número como coerción lingüística resulta ser un perfecto complemento documental. Aquí reside precisamente el sustrato de la serie Tropías, un conjunto de fotografías descontextualizadas y semi-encubiertas, profundamente silenciosas, que consuman su sentido gracias a sus correspondientes indicaciones sobre dioptrías que las acompañan. Una buena forma de evidenciar la desnaturalización que conlleva el hecho de asignar una determinada fórmula numérica a un proceso orgánico.
Pero siguiendo este mismo afán general por superar la reducción de hechos naturales a simples fórmulas y presupuestos forzosamente contrarios, encontramos otras obras en las que el índice para la reflexión se sitúa en la yuxtaposición de elementos de distinta naturaleza: piezas como Mixt incorporan apuntes de optometría a imágenes documentales, ironizando de nuevo sobre la normativización científica de los procesos naturales, pero, al mismo tiempo, haciendo consciente al espectador de la frecuente coexistencia de varios tipos de lecturas (en esta ocasión fotográfica y verbal-científica) respecto a un mismo objeto u hecho. No sería baladí añadir, además, que para Cosano, en líneas generales, su negocio de óptica es un gran ready-made que intuitivamente desarticula en fragmentos que no solo descontextualiza, sino que comparte, colecciona, reagrupa, y, sobre todo, anima explícitamente a contemplar. Estos son los eficaces métodos de una práctica sin más receta que, a veces, la prescripción oftalmológica –apropiada– de un cliente o el recibo de un proveedor-colaborador anónimo como sucede en la pieza IDTD nº 2, un archivador compuesto por cientos de albaranes. Lo mismo ocurre en el resto de sus colecciones de artilugios de optometría: obras como IDTD nº 1 o IDTD nº 3 se basan en la acumulación armaniana, casi obsesiva, de material de stock o de objetos que en su día fueron útiles para la óptica pero que ahora, tras haber perdido su significado original, sintetizan a la perfección el sentido de la artificiosidad a la que sometemos nuestra mirada, coleccionista y selectiva, pero, como podemos comprobar analizando el trabajo de Cosano, enormemente coaccionada.
En resumidas cuentas, la obra de Mª José Cosano resulta atractiva por recordar que lo que cada uno hace y ve depende, por un lado, de su constitución como síntesis pasiva –en tanto que organismo psicosomático– y, por otro, de su contexto o determinaciones culturales. Ambos factores –el primero de ellos ceñido aquí al sentido de la visión– sustentan un tipo de hermenéutica que, en último término, intenta demostrar una vez más que la vida humana no necesita ser una novela para tener sentido o, dicho con otras palabras, que puede tenerlo tomando la forma de varias escenas inconexas. Porque si bien es cierto que a uno le afectan las cosas que ve según uno es, más cierto todavía resulta que uno se haga según le afectan las cosas que observa en su camino. He aquí, finalmente, la razón de ser de la diáspora visual en la que se mueve Cosano, un particular “círculo hermenéutico”, abierto e infinito, en el que ya no importa tanto el individuo como sustancia que ve sino, sobre todo, el sentido de lo que mira.